Verano
de 1985, en el patio de mi casa en un barrio de la ciudad de Tandil, 35 grados
de calor. Mi viejo nos llena la pileta de fibra de vidrio en el patio y estira
un toldo de lona verde para que haya sombra. Mientras mi vieja prepara el
almuerzo mi hermano juega a tirar un muñeco de goma y alambre del Increíble
Hulk para arriba. El juego no parece muy divertido pero a nosotros nos parece
gracioso. Hulk gira por los aires a toda velocidad salpicando agua y vuelve a
caer a la pileta.
Recuerdo
los colores con otra nitidez, el celeste de la pileta, el verde de la lona del
toldo, el sol bien brillante, el muñeco verde claro. De la cocina viene un
aroma a milanesas con papas fritas riquísimo, la mesa esta puesta y nos llaman
a comer. Mi hermano hace un último tiro del Hulk, lo tira con más fuerza, el
muñeco gira sobre su eje y se eleva, en su trayecto salpica gotitas de agua, el
sol nos encandila y el Hulk desaparece de nuestra vista, de nuestra vida.
Se ha
perdido para siempre, o casi.